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Un poco acerca de…

Salón de Estudiantes y Egresados de Diseño Visual

Desde el lejano año de 2008, cuando un grupo de estudiantes del pregrado de Diseño Visual, con la convicción propia de los visionarios, propuso a la Dirección del Programa la necesidad de mostrar sus trabajos al mundo, comenzó a gestarse una tradición que con el tiempo se tornaría inquebrantable. No se trataba solo de exhibir proyectos, sino de hacer justicia al talento que alimentaba la vocación de los diseñadores. Así nació el Salón de Estudiantes, un espacio donde la creatividad encontró su primer escenario y donde las ideas, aún en su estado embrionario, se tornaban visibles ante la mirada escrutadora de la ciudad de Manizales.

A lo largo de dieciséis ediciones consecutivas, el Salón creció con la complicidad de cómplices ilustres: el Festival Internacional de la Imagen, que desde 2013 lo acogió en su seno; la Facultad de Artes y Humanidades, que supo ver en él un espejo del talento naciente; la Vicerrectoría de Proyección Universitaria, que lo elevó a un nivel de reconocimiento mayor; y el Centro Colombo Americano, que desde ese mismo año le abrió sus puertas con la generosidad de quien reconoce la trascendencia de un movimiento en ciernes.

Con el paso de los años, el evento dejó de hacer distinciones tajantes entre estudiantes y egresados, pues en el fondo todos compartían la misma esencia. No importaba si sus manos aún temblaban en los primeros trazos del oficio o si ya habían dejado su huella en el mundo profesional: sus creaciones se fundían en una única voz visual, un cuerpo creativo que, año tras año, se convertía en testimonio de una evolución imparable.

El Salón no era solo una exposición, sino un rito iniciático, un territorio de encuentros y revelaciones. Durante esos días, los diseñadores visuales compartían no solo sus obras, sino también sus inquietudes, sus dudas, sus certezas fugaces. Era un espacio de intercambio donde la academia y la vida se entrelazaban en un mismo lienzo. Pero su influencia no se limitaba a los días del festival. A lo largo del año, las conversaciones seguían latiendo en los conversatorios, donde estudiantes, egresados y profesores se reunían para diseccionar el diseño y todo lo que lo rodea. En esos encuentros, que se extendían por horas, el diseño visual dejaba de ser un mero oficio y se convertía en un lenguaje compartido, en una forma de entender el mundo.

Así, el Salón de Estudiantes se convirtió en algo más que una muestra. Era, y sigue siendo, una declaración de principios, una prueba de que la creatividad no se archiva en carpetas ni se encierra en aulas, sino que busca su espacio en la mirada del otro, allí donde las ideas encuentran su destino final: la memoria de quienes las contemplan.